Alcalá3

En una de las piscinas naturales que se asientan sobre la costa de Alcalá, tuve oportunidad de conocer a un señor muy agradable del norte de la isla. Mientras charlábamos, pasaban hacia un lado y otro parejas aisladas de turistas para hacer uso de las zonas de baño. Observaba que él siempre trataba de saludarles, dedicarles una sonrisa al menos, con afán de interactuar. Un gesto que, aunque sencillo, me llamó la atención porque lo repetía con todo el que cruzaba por allí.

La conversación nos llevó por esos derroteros y no sé cómo acabamos hablando de turismo y flujo de personas. El hombre concluía, en tono reflexivo aunque con cierta lástima, que era una verdadera pena recibir en Canarias tantos millones de turistas al año, gente que va y viene, con la que más allá de un vacío trato comercial, apenas intercambiamos información.

Inmersos en plena sociedad del conocimiento, en los tiempos de las TICs, las redes sociales y el big data, pienso en el valor que tendría esa información potencial, la de los turistas que pasan por Canarias, convertida en un activo para el archipiélago.

Aquello me pareció muy revelador. Cada día nos tropezamos con muchísimos visitantes extranjeros que obviamos. Seres humanos que de forma inconsciente reducimos a mercancía. No sólo es cuestión de actitud y educación. Hay que tender puentes a todos los niveles para acercarnos al turista, de forma que el intercambio sea gratificante y beneficioso para todos.

Por eso, con mucha razón este señor se quejaba. Decía que cada turista que se va es una oportunidad perdida para relacionarnos con personas con otra visión de mundo, otra cultura. Una oportunidad desperdiciada, en definitiva, para enriquecernos como seres humanos.