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La Laguna, 85mm
El valor y la identidad de un destino turístico

El Puerto de la Cruz fue el primer municipio de Canarias en acoger al turismo de lujo que venía desde Europa, allá por la década de los 60 del siglo pasado.

Lo que fuera un pequeño pueblo pesquero rodeado de plataneras pasó pronto a ser un destino turístico de primer orden, sin apenas tiempo para asimilarlo. Su desarrollo estuvo marcado por aquel boom turístico. Pese a que décadas más tarde, el destino perdiera protagonismo con respecto a otras zonas emergentes del sur de la isla, el Puerto de la Cruz cambió para siempre.

Entre sus ajustados nueve kilómetros cuadrados, el municipio converge en torno a su litoral y crece hacia el interior, ocupando las faldas del Valle de La Orotava, en la costa norte de Tenerife.

El muelle es el lugar más icónico del pueblo. En él todavía pueden verse algunas barcas fondeadas de las últimas generaciones de pescadores que se resisten a abandonar una tradición familiar que sigue ocupando un lugar importante en la memoria colectiva del municipio.

A vista del visitante, las calles mantienen una estética singular que mezcla las construcciones del casco (algunas casonas de arquitectura tradicional canaria, o las casas de La Ranilla, antiguo barrio marinero) con hoteles y apartamentos de estética setentera. Un paseo que mira al mar permite recorrer de un extremo al otro todo el municipio. El casco es una mezcla que guarda, por un lado, la esencia de sus orígenes en forma de casas históricas, balcones canarios, plazas ajardinadas y adoquines. Por el otro, el efecto no deseado de los innumerables comercios destinados al turista, algo decadentes.

El Puerto de la Cruz afronta en la actualidad grandes retos que determinarán el valor del destino para las próximas décadas. Junto a la construcción de algunas infraestructuras de gran calado, como el muelle deportivo y pesquero con su parque marítimo (demanda histórica del municipio), existe la necesidad de diferenciarse con respecto a otras zonas turísticas de la isla.

Frente a otros lugares vacíos diseñados expresamente para acoger al turismo masivo de sol y playa, una de las grandes fortalezas del Puerto de la Cruz es el valor de su historia, aquellos rasgos que lo acercan a una experiencia auténtica que permita al turista no sólo disfrutar de un buen clima y las playas de la isla, sino además hacerle sentir que se encuentra en un lugar con identidad propia, conectado tanto con el pueblo marinero de sus orígenes, como con la gran referencia turística que el municipio representa.

Esa personalidad la definen precisamente aquellos activos que han ido poco a poco perdiendo protagonismo. Hablo de la arquitectura tradicional de su casco escondida bajo carteles comerciales, de los paseos que evocan a rincones centenarios, por supuesto de los grandes exponentes del legado de César Manrique a lo largo de todo el espacio urbano, su gastronomía local, el sentimiento de pertenencia de su gente y los valores que les identifican con el municipio, y, por encima de todo, del mar. El mar como discurso, como hilo conductor. El mar como la pieza desde la que deben encajar todas las demás.

Turistas, locales: personas

En una de las piscinas naturales de la costa de Alcalá, en Guía de Isora, tuve oportunidad de conocer a un señor muy agradable del norte de la isla. Mientras charlábamos, pasaban hacia un lado y otro parejas aisladas de turistas para hacer uso de las zonas de baño. Observaba que él siempre trataba de saludarles, dedicarles una sonrisa al menos, con afán de interactuar. Un gesto que, aunque sencillo, me llamó la atención porque lo repetía con todo el que cruzaba por allí.

La conversación nos llevó por esos derroteros y no sé cómo acabamos hablando de turismo y flujo de personas. El hombre concluía, en tono reflexivo aunque con cierta lástima, que era una verdadera pena recibir en Canarias tantos millones de turistas al año, gente que va y viene, con la que más allá de un vacío trato comercial, apenas intercambiamos información.

Inmersos en plena sociedad del conocimiento, entre TICs, redes sociales, big data, etcétera, pienso en el valor que tendría esa información potencial, la de los turistas que pasan por Canarias, convertida en un activo para el archipiélago.

Cada día nos tropezamos con muchísimos visitantes extranjeros que obviamos. Seres humanos que de forma inconsciente reducimos a mercancía. No sólo es cuestión de actitud y educación. Hay que tender puentes a todos los niveles para acercarnos al turista, de forma que el intercambio sea gratificante y beneficioso para todos. Por eso, con mucha razón este señor se quejaba. Decía que cada turista que se va es una oportunidad perdida para relacionarnos con personas con otra visión de mundo, otra cultura. Una oportunidad desperdiciada, en definitiva, para enriquecernos como seres humanos.