Barranco del Infierno: viaje a las entrañas
Lejos de lo que su nombre pudiera transmitir, el Barranco del Infierno resulta ser una travesía muy agradable y placentera. Situado en el municipio sureño de Adeje, en Tenerife, representa el principal atractivo de la Reserva Natural Especial que lleva su mismo nombre. La propuesta es sencilla. Se basa en seguir el trayecto del sendero que traslada desde la parte alta del pueblo (a unos 350 metros de altura) hacia la cumbre, recorriendo el curso del barranco durante unos 6,5 kilómetros aproximadamente, entre ida y vuelta.
Adeje y su barranco
La historia viene de lejos. Habría que remontarse a la etapa precolonial, antes de la conquista castellana, para encontrar los orígenes de lo que hoy representa el núcleo poblacional de Adeje. Serían los guanches, primeros pobladores conocidos de Canarias, quienes establecieran aquí el asentamiento de Adexe, que daría además nombre a uno de los nueve menceyatos en los que el pueblo aborigen dividía territorialmente la isla de Tenerife.
La etimología es caprichosa. Resulta que el significado que le dieron los guanches a Adexe está intimamente vinculado al hecho geográfico que envuelve a la realidad adejera. Por un lado se asocia con un asentamiento entre montañas, obvio por lo escarpado de la zona. Por otro, se relaciona con cauces de agua, concretamente el que serpentea tranquilo, barranco abajo, desde Las Cañadas del Teide. Cuentan que antaño incluso llegó a conocerse como el Río de Adexe, por lo caudoloso, sobre todo en invierno. En cualquier caso, ambas posibilidades dan la mano al cauce del barranco y certifican que la historia de Adeje no puede contarse obviando la estrecha relación con su símbolo natural, orgullo del sur de la isla.
El sendero
En su día lugar de pastoreo, las laderas del barranco sirven hoy para albergar la vía del sendero, adecuadamente acondicionada. Entre sus paredes escarpadas, las numerosas cuevas albergaron yacimientos de gran interés en los que se encontraron momias guanches. Hoy, el expolio sufrido a lo largo de los siglos sólo permite ver algunos de estos cuerpos embalsamados expuestos en museos de la isla.
Debido al interés natural e histórico del sendero, el Cabildo insular ha decidido ceder la explotación y conservación del barranco a una empresa privada. Por ello, el acceso vale 4,50 euros para residentes y 8 euros para los demás usuarios. Existe la opción de hacer rutas guiadas que sin duda alguna enriquecerán la visita. Además, con la intención de evitar la masificación el sendero tiene un aforo limitado. Gesto que se agradece, porque repercute positivamente en la calidad de la experiencia.
El camino comienza en lo alto de uno de los laterales del barranco. Tras unos minutos caminando, cada curva brusca se traduce en un regalo visual. Las paredes imponentes hacia las que nos dirigimos permiten presenciar un paisaje insultante. Muros laterales del barranco enfrentados, zigzagueantes en su trayectoria ascendente, dirección al origen de algo que parece haber sido absorbido por este pasaje hacia lo desconocido. Varios miradores al efecto son más que válidos para las fotos de rigor.
“Muros laterales del barranco enfrentados, zigzagueantes en su trayectoria ascendente, dirección al origen de algo que parece haber sido absorvido por este pasaje hacia lo desconocido”
Llega un punto en el que descendemos hacia el mismo cauce y el camino se estrecha. Comienza aquí el punto álgido del trayecto. De pronto aparece un pequeño riachuelo cuyo ritmo tranquilo será parte de la banda sonora del sendero de aquí en adelante. Las paredes a ambos lados parecen haber tomado dimensiones exageradas, y nosotros, con ellas, nos sometemos sin quererlo a la ley que aquí impera. Calma, quietud, silencio. El paseo tupido nos regala cardones colgados de unos muros que ahora, desde donde estamos, parecen acariciar las nubes. Avanzamos y el deleite se codea entre higueras, sauces y dragos. Dicen que este rincón alberga la mayor reserva que existe de sauce canario. Desde luego que no me extraña.
Uno siente como si emprendiera un viaje al centro de la isla misma. Llegas a un punto en que evitas hablar para no entorpecer la armonía del lugar. Pura naturaleza enfrentada al sonido de nuestras pisadas. El colofón viene con la aparición de una cascada de algo más de 200 metros de altitud encerrada entre herméticas paredes verticales. Sentado aquí, en las entrañas de este paraje, uno se siente embriagado por el sosiego imperante.
No nos queremos ir. La magia de este lugar reside en que las condiciones para su disfrute se van asimilando a medida que avanzas barranco adentro. Efectivamente, el barranco atrapa. Lejos del tópico, debes dejarte llevar por lo que ves. Por lo que sientes. El placer que encontramos en aquel punto y sus alrededores, en plena sintonía con el entorno, es el gran valor de este lugar. La droga que me hizo querer regresar.
¿Cómo se puede estar a la vez, tan cerca y tan lejos de la civilización?
Artículo para BeCanarias